martes, octubre 17, 2006

T Bone

Ayer por la noche, antes de llegar a la casa de todos ustedes, tuve una riña y molí a golpes a un sujeto. Muy probablemente esté muerto, o muy grave, pues mis dos gramos de piedad sólo alcanzaron para dejar de golpearlo cuando me di cuenta que estaba inconciente.

Sin embargo noté algo importante, no sé qué tan raro sea, hoy me encuentro aquí como casi todas las mañanas (llegué un poco retrasado porque ayer, debido a lo ocurrido, merendé ya un poco tarde), y no siento ningún tipo de culpa o remordimiento.

Por el contrario, siento una especie muy peculiar de satisfacción, una obscura y pecadora felicidad, muy similar a lo que se siente cuando dejas el trozo más grasoso y sanguinolento de T Bone para el final.

lunes, octubre 16, 2006

Hoy no es día del Maestro

Hoy en la mañana mientras viajaba a mi trabajo tuve una extraña sensación, muy extraña, me entraron unas cosquillosas ganas de entrar a una clase. Así de simple, entrar a una clase, con todo lo que implica.

Aunque suene ñoño, a mí me gustaban mucho las clases y hacer trabajos chingones, investigaciones, ensayos y esas madres que sí hacen pensar. Las tareas pendejas que sólo quitaban el tiempo me cagaban, y procuraba no hacerlas aunque "la escala" se viera perjudicada (finalmente nunca tuve la necesidad de cuantificar en términos numéricos mi aprendizaje).

Pero las clases en general eran algo que disfrutaba mucho, por lo menos casi todas, aunque algunas sólo las soportaba porque me sentaba con Chiquita o cerca de Chiquita y en la prepa porque echábamos desmadre y/o lo planeábamos.

No, esas ganas de entrar a clases de nuevo no se resolverían entrando a una maestría, pues lo que extraño no es la adquisición de conocimiento que puedo obtener leyendo un pinche libro. Lo que extraño son los vínculos, entrar al salón a buscar un lugar adecuado a tu personalidad, y ese orden establecido desde el primer día sobre como estaría distribuido el monstruo de treinta cabezas. Llegas y colocas tus cosas como representantes de tu investidura, eso sólo sería necesario los primeros días, antes de que tu aura impregnara ese espacio y lo hiciera tuyo por todo un semestre.

Después, intercambiar impresiones con tus colegas; como me acuerdo de los cinco alegres compadres, en secundaria, debatiendo acaloradamente (meándose de risa) sobre el capítulo de los Simpson de la noche anterior; todos los días a las siete de la mañana era lo mismo hasta que alguna autoridad nos obligaba a tomar asiento, en aquel entonces teníamos lugar asignado, cada quien en un extremo distinto del salón y uno en el centro (mala estrategia, nos otorgaban el perímetro y el corazón del campo de batalla).

También era chingón cuando en la carrera, a algunos nos daba por hablar de cosas "profundas", tratando de hacer comentarios "satíricointelectuales" ingeniosos sobre política o sobre alguna corriente filosófica, o alguna obra literaria. Sería una exclusión muy importante el no mencionar la vez que, en pleno salón de clases, en vivo y a todo color, sentado junto a algunos de mis compañeros más extraños, pude apreciar la caída de la segunda torre del WTC de Nueva York.

Y entonces llegó el maestro y apagó la tele "van a estar viendo eso al menos durente un mes", y como anillo al dedo, planteó la clase en términos de los pseudoacontecimientos, y de cómo los hechos a través del mass media son inlcuidos y observados como parte de un show. Nosotros no estábamos viendo miles de personas morir, estábamos viendo una película de acción, estábamos viendo una producción en vivo transmitida a nivel internacional.

No seas cabrón, por momentos así valía la pena estudiar algo, no sé si sería injusto enumerar algunas clases que de verdad me cambiaron la vida, esa sería una, la del nain ileven del curso de Teorías de la Comunicación con Héctor Sánchezbenitez, otra de ese mismo profesor sería la vez que el muy cabrón nos explicó la historia de la humanidad a través de los medios desde los ideogramas hasta los medios convergentes, pura improvisación informada, una dialéctica realmente inconmensurable.

Con Don Luis Palacios, el sensei, su clase sobre "El arte como algo fundamentalmente inútil y por lo tanto, la actividad más cercana al ser", el arte, al no tener ninguna aplicación práctica, sólo tiene finalidades y consecuencias humanas, la obra de arte deja de pertenecer al artista casi inmediatamente, el arte como expresión interior que se disuelve en mil significados. Eso y todas las cosas que aprendí de él dentro y fuera del salón.

El Doc Mau, su entendimiento de los hilos de poder era impresionante, pero la clase que me marcó fue cuando nos platicó de un programa de radio y nos dijo algo así como "cuando produces algo, algo en lo que te esfuerzas y pones todo de ti, y después te ves, o te escuchas, porque uno se ve y se oye cuando termina algo; te das cuenta de lo fácil que es cambiar el canal, o mirar hacia otro lado, y de que estás en manos de tu espectador". Cada vez que presento un video me acuerdo de eso, y se me pone la piel chinita.

Otros que ni maestros fueron pero que colaboraron de una forma igual de valiosa a mi formación, como Panchito, que en primer semestre, con el primer video, con el primer problema de producción, nos enseñó que la imaginación puede resolver casi cualquier imprevisto. Solis, el Guayabo o el Beavis, mis principales formadores en el área de Staff Técnico, donde aprendí a trabajar bajo presión, a oscuras y con mucha corazón.

Otros que tuvieron y aprovecharon la oportunidad de enseñarnos más como personas que como maestros, como Julia, con su oficina y su corazón siempre abierto para escuchar quejas, chistes o pendejadas (me hubiera distraido menos en clase de guión, pues es muy útil "en el mundo real").

La clase de Maricruz sobre el Ciudadano Kane, la de Fili sobre el comunismo y sobre ese café que se tomó en no sé que parte de europa del este, Bogdan platicando de cuando trabajaba de a gratis y era muy "contento", Gaby y su examen de los sexenios, Cristina Rivera y sus risas después de que Collado la hundió en su pastel de cumpleaños, la clase de Betty Chemor sobre Alicia en el País de las Maravillas y la semiótica del absurdo, Lucas y las mil formas de salir de prisión, Liz y las radionovelas, Azael y las sillas detrás de las sillas, Everardo y todos los efectos posibles con la palabra "Digital", Eder que logró hacerme entender cómo coños hacía una "línea guía".

En Paideia también tuve grandes profesores. Mi maestro de Geografía de segundo de secundaria, el primero que me habló de Nietszche y posible culpable de mi feliz ateismo. Rubén Mendoza, mi maestro de ética en la preparatoria, culpable de mi afición por la filosofía, el primero que me impulsó a abrir la boca y compartir lo que pensaba. La maestra "Porrua", no recuerdo su nombre, pero a través de obligarnos a leer un libro por semana, me fomentó el mejor de mis vicios.

Claro está, la maestra Gina que en paz descanse, no recuerdo tanto las clases de matemáticas, pero recuerdo muy bien el día que nos fue a aplacar cuando hicimos "güelga" porque queríamos que nos dieran días feriados como a todas las escuelas. Nos puso una caguiza tan pertinente, y el sentido de la misma fue: los mejores, sólo son los mejores porque trabajan un poco más que los demás, porque se esfuerzan un poco más. Y sólo hay dos tipos de personas, los mejores, y los demás.

"El Licendiado", que en su clase de derecho nos mostró, y de forma práctica, la crueldad del mundo "exterior". Con su disciplina cuasimilitar formó generaciones de hombres de bien, por lo menos a la mayoría de los que estuvimos allí nos va bien, no estamos en prisión y muchos, hasta los más rebeldes, son exitosos y reconocidos.

Al único al que sigo viendo es a Hugo, mi maestro de psicología, un grandísimo cabrón que me enseñó una de las cosas más valiosas, no tener miedo de mí mismo, ni de mi cuerpo, ni de mi mente, ni de mi vida.



Ay cabrón..., qué buenos años. Lo que me da gusto es que los disfruté como loco, y que a la perspectiva no me causa ningún tipo de tristeza, soy lo que soy gracias a esos años y en gran medida gracias a toda esa gente que tuvo la grandísima bondad de compartir conmigo su propio saber y su propia experiencia.

Hoy no es día del maestro, pero desde aquí, a cada uno de ellos, les agradezco la persona que ayudaron a formar, les agradezco la firmeza de mis pasos, lo prometedor de mi presente y en un futuro, ojalá y mis hijos caigan en las garras de personas como ustedes.

De corazón, muchas gracias.

jueves, octubre 12, 2006

Miedo

De la serie "abismos"
Photoshop CS2 sobre pantalla


El miedo es en principio un sistema orgánico de supervivencia, una de los funcionamientos neuronales más básicos y primitivos. Viene a mi mente la película "Odisea 2001", en particular la parte en que donde Hal, una computadora, le dice al sujeto que la está desarmando que "tiene miedo", tiene miedo de morir, como posiblemente puede tenerlo desde el más rastrero de los bicharrajos (y no me refiero precisamente a algún diputado) hasta el homínido más evolucionado (por supuesto, no un diputado).

Sin embargo, siempre vemos al miedo como algo que nos limita, una barrera. Y es obvio, no es una sensación agradable y por lo tanto, es normal que tratemos evitar espantarnos, es normal que no querramos estar cerca del peligro y que nos alejemos de situaciones extremas.

Pero hay algo interesante que podemos descubrir a partir de eso. Por ahí escuché o lei o algo, una frase que decía: "Todos los dias haz algo que te asuste". No he podido confirmar la fuente, algunos dicen que es un maestro del MIT (una escuela de inglés y computación gringa), otros dicen que es el director de Moulin Rouge (un tugurio de zinacankepex) y otros dos mariguanos dicen que es "un wey".

Y no sé si dicho sujeto sea alguna clase de pervertido que se exita involucrándose en situaciones horrorosas. Pero lo que yo rescato de la frase es que sólo a través del miedo podemos conocer las fronteras de nuestro ser, y que un ejercicio de autoconocimiento y evolución, puede partir de tocar al menos uno de esos límites al día.

Es un procedimiento cruel de introspección, pero sin duda muy efectivo. Si vencemos el miedo a intentar algo nuevo y fracasamos, no pasará de que no se nos ocurra volverlo a intentar en nuestra puta vida. Pero si por el contrario, logramos el objetivo a pesar del miedo, nos habremos demostrado algo a nosotros mismos, habremos movido un poco más allá nuestra frontera, habremos crecido al menos otro poco.

El miedo es un mal necesario, pero es sobre todo una oportunidad, la oportunidad de divisar de cerca nuestras fronteras e incluso de romperlas. No sabemos de lo que somos capaces si nunca nos hemos arriesgado lo suficiente como para sentir miedo. El miedo a caer es también el miedo a crecer.

El miedo es la visión de un límite y la oportunidad de despedazarlo.