Pequeños placeres

Hoy, por primera vez en varios meses, me fue posible rasurarme con una navaja nueva.

Llevaba ya un buen rato podando mi rostro con el mismo oxidado rastrillo, debido a que las prioridades del baño se disuelven al cruzar el umbral. Ya había yo renovado todos mis ungüentos y artefactos metrosexuales para mi higiene personal hace apenas dos semanas (jabón exfoliante de sábila, gel para baño, acondicionador con aloe, shampoo que huele rico, shampoo de cacahuananche, jabón líquido desinfectante, crema corporal equilibrante, aceite de oso, crema refrescante de vainilla y jazmín, jaboncito de almendra y miel para las manos, pasta de dientes color verde, y unas velas de coco y de mango).

Pero había olvidado las navajas mach 3 de gillete, y el hechizo producido por todos los anteriores artefactos en conjunto, se rompía al momento de pasar los oxidados filos del rastrillo por mi rostro.

Hoy fue distinto, hoy usé navajas nuevas, y aquello me llenó de júbilo.

Entonces me di cuenta de algo, hay cosas que en la vertiginosa velocidad de la vida se vuelven de repente imperceptibles, pero que son, las que al final del día, y al final de nuestra propia vida, nos pueden producir instantes de placer lo suficientemente intensos como para pensar que todo valió la pena. Son la causa y la razón por la cual, podemos llegar a afirmar en determinado momento, que somos felices.

Me gusta por ejemplo cuando llueve quedito, y las gotas llegan mustias y sin fuerza a mi frente.
Pero también disfruto como un loco cuando llueve fuerte, y los truenos se apoderan de todos los sonidos.

Son detalles, estúpidos detalles, como el olor a galletas que sale en veces de esa fábrica camino a mi trabajo, o el olor del jardín cuando se me ocurre regar o al cielo se le ocurre llover; el olor a gasolina realmente me fascina, el olor a mar, a vainilla y qué decir del olor a cocina activa, sobre todo cuando preparan algo en el horno. Olor a pastel, olor a costillas, olor a pizza, el olor de las palomitas gestándose en el micro me vuelve loco. Y el olor a pan tostado (quemado como me gusta) no tiene comparación.

Hay en el mundo todo un universo de olores que pocas veces notamos, pues no estamos acostumbrados a olfatear como se debe; es decir, como perros. Yo lo hago a menudo y me doy cuenta de que la dimensión olorosa del mundo es fascinante.

Disfruto cuando el cielo se pone de colores inexistentes en los códigos pantones, si acaso en el RGB, pero tan vivos. El color de las cosas bajo el resplandor de una luz negra, las cosas brillantes y fosforosas siempre me han atraído.

Hay cosas tontas que me entretienen bastante, y me brindan momentos que no dejan de sorprenderme. Les parecerá ocioso, pero las burbujas del refresco y sus interminables viajes a la superficie me hipnotizan. Las formas que toma el humo de un incienso o de un cigarro son en veces sobrecogedoras. El vuelo errático de una mosca buscando una salida (sería perfecto de no ser por el maldito ruido).

Me gusta ver espectaculares y publivallas, me gustan los comerciales de aeroméxico y de coca cola. Me siento feliz cuando pasando de canal en canal me encuentro con que va empezando una película que no he visto y que tenía ganas de ver. O cada vez que me sorprendo con la trama de alguna película mexicana de narcotraficantes.

Me encanta estar con la banda del atos, pues son sujetos con los que puedo pasar momentos de gran diversión aun estando sentados en una pinche banqueta. Me regodea que a pesar de los tantos años que tengamos, y de que ya seamos jóvenes ejecutivos exitosos, seguiremos siendo esos niños ocurrentes que siempre se están cagando de risa por pendejadas que sólo ellos entienden.

Amo los días en que no hay tráfico, los días feriados en que la gente normal no trabaja o está de paseo y la ciudad se libra de al menos unos miles de estúpidos que manejan de la chingada. Cuando te encuentras con todos los semáforos en verde, cuando encuentras donde estacionarte luego luego, cuando tenemos el tanque lleno. Ojala pudiera ser mas seguido.

El sonido de un cigarro apagándose en un charco, el sonido que hacen las botellas de vino tinto al descorcharse (las de vino blanco no suenan igual). Me encanta el aire vuelto loco arrastrando kilos de basura, me encantan los perros aullando en la noche y el sonido del tren silbando a lo lejos.

Me encanta cuando el agua toma la temperatura ideal, cuando no es tibia pues es horrible, pero tampoco es helada ni fría. Es una temperatura que sólo se alcanza si se le guarda en un cajón o si se le bebe antes de que salga el sol. Y el agua en casa de ella, esa es la mejor de todas, la de mejor temperatura.

Ella, es la fuente inagotable de pequeños instantes que me hacen la vida hermosa. Cuando tiene el cabello suelto y luce tan como ella. Cuando abre sus ojos grandes y brillantes y me sonríe sólo a mí, y me dice "corazono" y me abraza.

Me encanta cuando me agarra a golpes porque no le hago caso, y se lanza sobre mí en un tremendísimo abrazo que me amarra a todo lo que quiero en éste mundo.

Cuando hace como se enoja "feo" "malo" "ya no te quiero" "quítese", y yo la hago enojar mas y mas hasta que nos agarramos a besos.

Cuando las cosas "le causan conflictos", cuando se pone como loca si le quito el popote o palito de paleta que no deja de morder. Cuando se pone contenta de que vamos a "chilaquilandia" o al "tragadero" o cuando se come sus "quepapas".

Cuando la conmueve un perro horroroso o unos niños moquientos en la calle, y cuando se indigna al ver mala publicidad o malas fotografías. Cuando se le pega una canción que no deja de cantarme hasta el cansancio, y me regaña por no ponerle atención.

Cuando nos ausentamos del mundo por un rato...

Cuando me pides que no me vaya, y cuando no terminamos de despedirnos y no podemos controlar la atracción de nuestras bocas. Cuando me das un beso antes de irme al trabajo, un beso húmedo y con un final tan largo que se queda en mis labios como los vinos bien nutridos.

Tus besos, cada beso en sus mil formas y en su inacabable producción de sentimientos. Los besos que muerden los labios, los que muerden el alma, los húmedos de lágrimas y los húmedos en sí. Los inesperados, los desesperados, los tiernos... los que no podían faltar, los que nos encontramos en el camino, los que nadie supo que nos dimos y los que todo mundo vio.

Cuando me besas, amo cuando me besas, con esa boca tuya que yo veía tan de lejos. Cada beso tuyo es como si todo lo que dije sucediera mil veces al mismo tiempo.

Te amo... eso me hace feliz.



En sí, el punto según yo (que no soy para nada una autoridad en ninguna materia) es que nunca seremos felices si esperamos que con un sólo evento, acción o accidente, se borren todas nuestras tristezas. Seremos felices si aprendemos a sumarle a esos grandes picos del destino, todos aquellos pequeños instantes que nos mueven el corazón.

No hay que dejar que esas pequeñas alegrías pasen desapercibidas, hay que estar concientes de ello en el momento que ocurren y no echarlas a perder. Si le damos su importancia a cada pequeña situación que nos pueda causar placer espiritual, si realmente notamos cuando ocurren y las disfrutamos como se deben de disfrutar, sabremos y estaremos plenamente concientes de que a pesar de todo lo malo que pueda pasar, vivir vale la pena, y ser feliz es posible.